Hace unas semanas ha saltado a la primera línea de la prensa internacional que un tribunal belga ha desestimado la demanda presentada por un ciudadano de origen congolés contra el álbum Tintín en el congo de Hergé acusándolo de racista y colonialista. Y no es la primera.
Aunque tampoco era muy difícil imaginar que iba a fallar un tribunal belga sobre uno de los pilares universales de la cultura del país, tenemos en éste, otro caso del revisionismo cultural y social que vivimos en estos años de corrección de lo políticamente correcto.
El citado álbum no es, ni de lejos de los mejores de la saga y ha sido señalado a lo largo de la historia por estos y otros pecados, como las acusaciones de violencia injustificada contra los animales y reflejar a los congoleses como muy poco inteligentes. El mal gusto puebla un buen puñado de sus páginas, pero no podemos pretender reescribir la historia constantemente tras juzgarla con nuestros criterios actuales.
Hergé en su momento se defendió diciendo que la obra se alimenta de los prejuicios del medio en el que vivía (en 1930, el Congo era una colonia belga). Prohibir el cómic no hará un mundo mejor, como tampoco lo hará prohibir la aparición de esclavos en recreaciones cinematográficas de obras literarias o suavizar el sometimiento de la mujer en series sobre nuestra historia reciente. ¿Deslegitimamos la Poética de Aristóteles por un par de alusiones a esclavos y mujeres o vamos más allá y aprendemos de nuestros errores?
La historia de la humanidad es, lamentablemente la que es. Y ocultarla o adornarla no nos hará mejores. Quizás más felices e ignorantes, pero no mejores.
Publicado en el fanzine Kristal nº 78 (febrero 2013).