Si las vacaciones sirven para algo, que no sea para estresarse más que con el trabajo normal, es para encontrarte con los colegas que no ves desde hace tiempo. Entonces, y sólo entonces, es cuando unas vacaciones aburridas, o extresantes se convierten en divertidas y entrañables. Entre copa y copa los recuerdos brotan a borbotones. Las risas lo acompañan y el sentimiento de empatía ante los conflictos cotidianos viene a continuación. Lo peor es el sabor de boca que te queda al final cuando te das cuenta de que casi todo ha cambiado tanto que ya no se parece en nada a aquello de lo que hablas, que todos somos tan distintos que si cambiáramos de tema o no lleváramos unas copas seríamos incapaces de cruzar más de veinte frases seguidas. De que tu vida aburrida no le interesa lo más mínimo al aburrido que se empecina en contarte la suya, que tampoco te interesa una puta mierda. Y que todos tenemos demasiadas cosas en la cabeza como para pasarnoslo bien con todo ese ruido dentro de la olla. Me refiero también a como cuando todo era la mayor aventura de la vida.
De cualquier modo estas reuniones etílicas son algo de lo que difícilmente podría prescindir en unas vacaciones tan aburridas como ajetreadas, y dan un buen rollo…